27 de julio de 2009

Procampo: medios, sociedad y cambio

Ya sabíamos que Procampo era la caja chica de los distintos niveles de gobierno; esto sólo se ha venido confirmando recientemente con un estudio del CIDE, con las declaraciones suspicaces de la diputada perredista Ruvalcaba y, como remache, con la nota a ocho columnas de hoy en El Universal. Tres hechos me llaman particularmente la atención de esto:

- Ya no se trata sólo de acusaciones del mismo grupo de "revoltosos" de siempre -a quienes ya se les ve como a Pedro y el lobo. Esta vez las acusaciones también vienen documentadas académicamente y difundidas por un medio de comunicación serio. Investigaciones académicas serias y políticamente reveladoras han existido desde hace mucho en este país; sin embargo, en su casi totalidad han carecido de difusión por parte de un medio creíble y con alcance para lograr un impacto público como en esta ocasión.

- La nota desplazó en el encabezado a ocho columnas de este medio al triunfo de la selección mexicana de futbol ante la selección de los EUA del día previo. Esto habla de un voto de confianza de este medio respecto de la madurez del ciudadano.

- Si la condena al mal uso de recursos públicos se está diversificando en cuanto al perfil ideológico de los individuos, estamos ante la oportunidad de que la sociedad civil impulse la depuración de al menos este instrumento (Procampo).

Los principales interesados debieran ser los campesinos mismos. Sin embargo, mientras el sistema clientelar los tiene demasiado cooptados a unos, la actitud fatalista de los otros juega en contra de una reestructuración real del sistema de apoyos. La mayoría de los campesinos ya renunció a aumentar su productividad y competitividad, hoy se conforman con los apoyos de supervivencia y se contentarían con tan sólo aumentos en esas transferencias del sector público. La mayoría de los más emprendedores y ambiciosos campesinos ya cruzaron la frontera o se están enrolando en alguna de las partes de la cadena "productiva" del narco.

El campesino mexicano, que otrora fuera el valuarte del arrojo mexicano, ha sido degradado a superviviente dependiente. Cuando en el pasado se le explotaba -puesto que la base del enriquecimiento era el sector primario-, éste estallaba en rebelión épica cuando se agotaba el límite de su paciencia. El sistema de apoyos, en cambio, le ha convertido en cómplice de su propia pauperización.

Lejos de interpretar esto como una relación maniquea, debemos entenderlo dentro del proceso histórico del país y del mundo. En ese proceso histórico, la industrialización ha sido un objetivo de la mayor parte de las naciones en vías de desarrollo. Sin embargo, muchas de estas, inocentemente o con toda la intención de sus clases dirigentes, han dado prioridad a la industrialización a costa del sector rural. Salvo China y la India, quienes han apostado por esa estrategia han fracasado en ambos lados. El caso de Chile y Brasil es diferente, puesto que no concibieron la industrialización como un proceso que desplaza al campo, sino como uno que le complementa; si bien estos últimos están industrializándose a un ritmo menor que el de México durante la década pasada, han logrado proteger ejemplarmente a su campo.

Así, es momento de que la sociedad conjunte esfuerzos para fortalecer al campo. Los campesinos están demasiado acostumbrados al círculo vicioso de baja productividad, apoyo fácil y menor reinversión e infraestructura rural. Por eso, en esta ocasión creo que es de la sociedad no-rural de donde vendrá el cambio. Sólo se necesita una chispa verdadera que prenda la conciencia de los campesinos para que ellos secunden el cambio. En dicho caso, ese cambio no requerirá ni del uso de la fuerza, pues ya están respaldados por prácticamente toda la nación.