6 de junio de 2010

El asesinato filosófico y la renuncia al mundo

En La esencia del cristianismo, Feuerbach señala: "La individualidad ha ocupado el lugar de la fe, la razón el de la Biblia, la política el de la religión y la Iglesia, la tierra el del cielo, el trabajo el de la oración, la miseria el del infierno, el hombre el de Cristo”. Ordenado así, el infierno es algo que se experimenta en este mundo; las substancias del bien y del mal se encarnan en actos humanos.

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Así, el predominio de un grupo de humanos sobre cualquier otro implica el dominio ya sea del bien o del mal; cualquier pacto entre ambos grupos implica entonces un proceso de negociación; si la negociación entre buenos y malos tiene lugar, ambos bandos dejan de ser buenos absolutos y malos absolutos, marcando con ello el fin de las dicotomías ideológicas.

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Estos razonamientos suelen convertir en absurdo tanto al Acto de intentar cambiar al mundo así como al No-Acto por cambiarlo. Analicemos primero el posible sin sentido del Acto de querer cambiar al mundo: si al final todo recae en seres humanos, las guerras santas pierden sentido; si buenos y malos terminan por negociar, también pierde sentido el asesinato filosófico -ese ideal por el cual muchos están dispuestos a matar y morir, el acto extremo del cambio inmediato e intransable.

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Visto así, el asesinato filosófico pierde su sentido -pues en él prevalece la idea de que todo idealismo está vacío si no se paga con el riesgo de la vida; idealismo que sólo es llevado al extremo por jóvenes que no discutieron su contenido desde lo alto de una cátedra universitaria, sino lo ejecutaron a través del tumulto de las bombas y a veces hasta bajo las horcas, critica Camus.

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El sin sentido del No-Acto radica en la creciente probabilidad de ser auto-exterminado por negligencia propia. El No-Acto consiste en la renuncia a la lucha por considerar que no existe un fin trascendental detrás de ella. La manifestación popular de ello es la apatía cívica; desánimo por cambiar aquello que parece injusto o incorrecto del mundo.

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Quizás con la excepción de quienes carecen de conciencia, quienes optan por el No-Acto lo hacen por razones individualistas o nihilistas. Para los primeros, el interés del individuo es colocado por encima de cualquier ideal; Por su parte, los segundos niegan la validez de finalidades superiores de las cosas puesto que estas no tienen una explicación verificable.

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Lo que en lugar de los extremos arriba descritos debe empujar a una sociedad es la Reforma Social, acto conciente y estratégico que se mantiene alejado de los extremos del asesinato filosófico y de la renuncia al mundo.