3 de agosto de 2009

El bien y el mal (1a. parte): El diablo y Dios

La subjetividad del bien y del mal es filosófica y narrativamente abordada en la obra El diablo y Dios de Jean-Paul Sartre (Le Diable et le Bon Dieu, 1951). El relato se sitúa en el Worms de la víspera de la reforma protestante en Rheinland-Pfalz y Baden-Würtenberg.

En un primer momento analítico, la obra enfatiza la maldad del general Götz, el diablo personificado y quien abiertamente se declara enemigo de Dios. Ello queda aún más claro al traicionar a su hermano en la guerra y al ahora pretender tomar Worms sólo para disfrutar de su destrucción. En contraparte, el bueno del relato hasta este punto es el orden establecido, a cuyo mando están la nobleza y el clero locales.


En un segundo momento, se evidencia la maldad del obispo de Worms y la injusticia del sistema feudal sobre el pueblo. En ese plano, Götz se convertiría, al menos temporalmente, incluso en un libertador.

En un tercer momento surge el personaje de Nasty, un líder popular que decide encabezar la lucha tanto contra Götz como contra el catolicismo (abriendo la puerta al protestantismo) y la nobleza (abriendo la puerta a una especie de vida en comuna). Este líder es percibido hasta este punto como el nuevo personaje bueno. Sin embargo, esa percepción cambia cuando se advierte que esa lucha se perdería fácilmente y que resultaría algo menos costoso en términos de vidas humanas la rendición anticipada ante Götz. Repentinamente Götz cambia sus planes y decide tomar pacíficamente la ciudad y liberar a todos sus habitantes del yugo feudal.

Sin embargo, este acto de bondad se transforma en uno de maldad puesto que los demás reinos vecinos, por temor a la propagación de la libertad, se propondrán pronto iniciar el asedio del nuevo - e idílico- Worms, causando aún más muerte y con el riesgo de incluso volver trágicamente al mismo punto de partida. Con esta obra, Sartre parece intentar escenificar el preludio del primer triunfo del primer bastión luterano opositor al emperador Karl V, en el cual, a la distancia, nos hace interpretar este derramamiento de sangre como el acto refundacionista de una sociedad más igualitaria.



Mientras ese ideal se alcanza, el bien y el mal se alternan dependiendo de la posición relativa de los actores en el relato. Todos los personajes, excepto Götz al inicio de la obra, están convencidos de estar haciendo el mayor bien posible dada la realidad en que se desenvuelven. Esta obra tiene un matiz de tragedia griega, pues en ella tampoco hay ni buenos ni malos, sino sólo fatalidades que confrontan entre sí a personajes que, buscando actuar benévolamente, terminan por obrar letalmente. La tragedia consiste entonces en el hecho de que de esta confrontación hay un ganador que es bueno así como un perdedor que resulta ser igualmente bueno. Si uno de los personajes fuera abiertamente bueno y triunfara sobre el malvado, ello no sería trágico, sino un llano relato épico. En estos casos estamos entonces ante la tragedia de los buenos.

Desde el S. XIX, los países latinoamericanos han servido de escenario natural para un gran número de tragedias de los buenos...