20 de marzo de 2009

La tradición anti-democrática mexicana (1a Parte): ¿un producto histórico?

Es difícil saber hacia dónde exactamente se dirige el país. Lo que en cambio no es tan difícil saber es que no va hacia la construcción de una verdadera democracia, tampoco a la edificación de una civilización, ni tampoco hacia un mayor nivel de bienestar nacional. La falta de democracia es el primer elemento que enumero porque es el de raíces más antiguas.

El suelo que hoy da forma a la República Mexicana nunca ha sido plenamente democrático. No lo era en tiempos de las civilizaciones precolombinas. Aunque estas, unas más que otras, destacaban en las ciencias, las artes y en su organización social, estaban erigidas sobre un orden jerárquico y autoritario. Parte de la explicación de por qué la conquista fue relativamente sencilla para la corona española radica en el hábito al orden jerárquico de los pobladores de estas regiones. Por su parte, la obsesión evangelizadora que en los españoles dejó la entonces recién reconquista de España complementa esa explicación. Así, ambos bloques de culturas tenían en común el hábito a los órdenes jerárquicos, autoritarios: del Huey Tlatoani y del rey; de la clase sacerdotal y de la iglesia católica; de la penitencia y la ofrenda.

Al cabo del siglo XVI, ambas tradiciones jerárquicas se habían prácticamente acoplado. España integró a criollos y, en menor medida, mestizos a la vida española, concediéndoles un trato jurídico y económico de iguales respecto de los habitantes de los reinos mismos de España; a los indígenas, por su parte, los asimiló por medio de la evangelización y la encomienda. Aunque estos últimos no gozaban de una movilidad social comparable a los primeros, su condición de dominados era tolerable comparada con la esclavitud que privó en las colonias inglesas, francesas u holandesas en otras latitudes.

Algo muy distinto sucedió con los pueblos de Aridoamérica, conquistados y prácticamente exterminados por los ingleses. Lo nómada de los pueblos indios del actual EUA inhibió el desarrollo de estructuras políticas más complejas que hubieran podido exponerse a un proceso de asimilación por parte del conquistador. A lo anterior se suma la ausencia de una misión evangelizadora por parte de los conquistadores ingleses, protestantes en su mayoría. Mientras los conquistadores católicos traían por misión el evangelizar al Nuevo Mundo –para así compensar la deserción católica en el centro y norte de Europa-, los protestantes traían una meta refundacionista. Estos últimos percibían al orden católico y sus instituciones como la causa prima de la decadencia económica y social europea. De ahí su interés no en asimilar a otros pueblos, sino en establecer un nuevo orden. Un nuevo orden que, aunque con una franca fe en Dios, basado en estructuras no teocráticas. De ahí su aversión al animismo amerindio.

Ahora bien, la independencia mexicana respecto de la corona española y la vida nacional del siglo XIX está cargada de demostraciones no de la conformación de una sociedad que se organiza de sus bases a sus élites y viceversa; tampoco se observa un proceso claro de lucha y negociación de clases. Si lo anterior pasó fue tan solo al inicio de los movimientos armados: fueron los que se reunieron la madrugada del 16 de septiembre de 1810 –en realidad siguiendo a la Guadalupana; o los que marcharon con Morelos al sacrificio; o hasta los indígenas que durante el mandato de Santa Ana incluso llegaron a levantarse defendiendo posturas conservadoras. Lo que al final lograron esos movimientos fue un reacomodo entre élites: mientras tanto, la implementación de la democracia y la integración de los grupos marginados al poder siguió posponiéndose.

Obsesionados por el refundacionismo puritano que exitosamente dio paso a los progresistas EUA, los liberales mexicanos del S. XIX se propusieron hacer lo propio construyendo una república. Para ello tuvieron que enfrentar el jerarquismo y el autoritarismo histórico propio de la amalgama de pueblos de los que se articuló este país. Siempre vale la pena preguntarse en este punto si no más bien valía la pena construir un orden basado en la realidad autoritaria para ir haciendo madurar a la sociedad hacia la democracia y sólo después de ello instaurar una república.

Aunque se obtuvieron enormes conquistas para que, al menos, el diseño del Estado mexicano transitara de Estado Feudal a preindustrial, los movimientos liberales del siglo XIX no modificaron el status quo de forma tal que se permitiera que el pueblo lograra gobernar. El Porfiriato es la consecuencia materializada de esa inercia.

Ciudad de México, 21 de marzo de 2009

La tradición anti-democrática mexicana (2a Parte): del porfiriato a los 1980's

La apuesta de Porfirio Díaz era clara y entendible: el progreso. Creía que primero se tenía que realizar una acumulación de capital considerable antes de empezar a redistribuir. En esto el positivismo, la teoría económica clásica y el materialismo dialéctico son interpretaciones complementarias de esa postura. Visto desde el paradigma económico predominante de la época (Marshall, Pigou, etc), el desarrollo económico no puede basarse en la atomización de la propiedad rural ni en la simple producción de materias primas, sino en la concentración de los medios de producción en manos innovadoras. Así, tierra, trabajo y capital debían alcanzar grandes escalas. Fallidamente, en el Porfiriato ello devino en latifundismo, esclavitud y usura, respectivamente. En su inicio, la apuesta de Díaz tenía no sólo una perfecta lógica económica, sino además la mejor de las intenciones. Sin embargo, la propiedad de los medios de producción fue tomada ya sea por hacendados, en uso de su tradición jerárquica, o de anglosajones, abiertamente respaldados por sus potencias. Por ello, Porfirio Díaz poco podía extraerles de solidaridad social hacia el país, haciendo que el tránsito a la generación del mercado interno tuviera que posponerse indefinidamente. Ese tránsito que nunca ocurrió hizo que su proyecto modernizador no sólo se estancara, sino que abortara por completo: tuvo que conformarse con la simple producción de materias primas y gobernar la concentración extrema de la riqueza. Esa trenzada estructura de élites del Porfiriato fue principalmente la que le impidió al Estado recaudar los impuestos suficientes para emprender una cruzada educativa y demás mecanismos que cerraran la brecha social. La falta de educación del pueblo mexicano era lo que, en el fondo y con razón, llevó a Díaz a considerar que México no estaba listo para la democracia. Los gobiernos posteriores a la revolución de 1910, y a pesar de la cruzada vasconcelista, tampoco elevaron al pueblo al nivel de ser capaces de vivir en democracia.

En los pocos enclaves del país en donde la educación posrevolucionaria se expandió con exitosos resultados a más amplios sectores del pueblo, surgieron demandas democratizadoras genuinas. Gracias a esa difusión educativa, entendieron los procesos revolucionarios del pasado como los escalones hacia la desconcentración del poder y el ascenso más generalizado del pueblo al poder. Ahí, el Estado reprimió. En momentos de la historia como en 1958 con el movimiento ferrocarrilero, en 1968 con el movimiento estudiantil, en 1971 con el movimiento periodista, en 1988 con el FCRN, hemos observado un sector del pueblo que creyó en la democracia. En sus movimientos ven su acto expiatorio; en su movilización su purificación. Similar a la frustración que la contraorden genera en cualquier adiestramiento, una resentida decepción se ha incubado en esos grupos.

La democratización de un pueblo no es, como ya hemos vivido en este país, el asignar presupuesto y estructura a instituciones. Es en realidad algo de lo que aún el país está muy lejos. El hecho de que sólo una minoría de este país esté lo suficientemente educada para aspirar a construir una democracia es lo que impide su realización. Por minoritarios, quienes están dispuestos a proponer democracia y transparencia reales, en el mejor de los casos, se quedan hablando solos; en casos peores son denunciados y condenados –casi siempre por sus mismos entusiastas correligionarios iniciales. Ese abandono que sufre la minoría conciente continuará mientras sean lo que son, minoría.

Ciudad de México, 21 de marzo de 2009