La verdad, como la libertad, no la aceptan todos. Revelar una farsa 
genera dos resistencias: la del inocente y la del culpable. Es como 
revelar que Santa Claus no existe: hay niños que se enfadan negándolo 
mientras que si se hiciera público los empresarios navideños no estarían
 tan contentos. Lo mismo pasa con la farsa democrática. A veces creo que
 muchos no están preparados para conocer la verdad. Hay quienes la 
niegan sólo por el rubor que les produce internamente el reconocer que 
han adorado un ídolo de barro. Antes que reconocer que se han 
equivocado,  prefieren defender la farsa, la mentira, la creencia. 
Tenemos que madurar como sociedad. La búsqueda -y aceptación- de la 
verdad es parte del proceso de maduración social. En esa búsqueda 
podemos equivocarnos, pero nunca permitirnos dejar de buscarla.
 
 
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