(Reproducido de mi columna en Sin Embargo del 27 de octubre de 2015)  
La actual decadencia de las instituciones en México, en especial de las instituciones públicas, me hace recordar una ópera del compositor alemán Richard Wagner: El Ocaso de los Dioses (Götterdämmerung). Esta es la cuarta y última ópera del ciclo conocido como El Anillo del Nibelungo (Der Ring des Nibelungen). En esta obra, basada en la mitología nórdico-germánica, los dioses, que en las previas tres óperas habían tenido un papel central, ceden aquí su puesto a los hombres: la acumulación de poder de los dioses llega al abuso, que incuba el odio del desposeído.
La actual decadencia de las instituciones en México, en especial de las instituciones públicas, me hace recordar una ópera del compositor alemán Richard Wagner: El Ocaso de los Dioses (Götterdämmerung). Esta es la cuarta y última ópera del ciclo conocido como El Anillo del Nibelungo (Der Ring des Nibelungen). En esta obra, basada en la mitología nórdico-germánica, los dioses, que en las previas tres óperas habían tenido un papel central, ceden aquí su puesto a los hombres: la acumulación de poder de los dioses llega al abuso, que incuba el odio del desposeído.
Las instituciones públicas en México 
nacieron de necesidades reales del país. Así, el Instituto Mexicano del 
Seguro Social (IMSS) surge para garantizar la salud de las mayorías; la 
Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) por la necesidad de 
contar con capital humano altamente calificado para el desarrollo 
material y humano del país; Petróleos Mexicanos (PEMEX) para garantizar 
la soberanía energética y financiar el desarrollo económico nacional, 
entre otras muchas instituciones que surgen para responder a reclamos 
históricos. Si bien no podemos idealizar a estas instituciones 
atribuyéndoles pureza, no obstante debe reconocerse que éstas han tenido
 grandes logros en otras épocas: un IMSS que era capaz de proveer 
servicios de salud de primera línea y que llegó a ser modelo para 
incluso países europeos, una UNAM que llegó a ser la principal 
universidad de América Latina; un PEMEX en el que se inspiraron las 
grandes petroleras estatales del mundo; un Servicio Exterior Mexicano de
 una dignidad admirada en el mundo. Sin embargo, estas instituciones han
 ido cayendo en manos las equivocadas.
La UNAM, que tuvo de rectores a 
intelectuales de alto nivel como José Vasconcelos, Antonio Caso, Pablo 
González Casanova, entre otros, hoy en día tiene a un rector a modo del 
Partido Revolucionario Institucional (PRI), José Narro Robles. Durante 
2013 y 2014 tuvo lugar un acalorado debate nacional en torno a la 
reforma energética, una reforma energética de la que había que 
cuestionar académicamente muchísimos aspectos, al igual que había que 
cuestionar el retroceso que en materia de soberanía nacional representa 
esta reforma. 
Sin embargo ¿dónde estuvo todo ese tiempo el rector de la 
UNAM? Nunca le oí pronunciar una opinión informada. Como rector de la 
máxima casa de estudios de México yo esperaba más de él; yo esperaba que
 él abanderara, junto con otros académicos, una férrea defensa 
institucional del petróleo mexicano. No lo hizo. Qué pena que su 
militancia priísta haya sido más fuerte que su deber moral con la 
academia y con su país. 
Lo más grave es que ahora Narro y el gobierno 
federal mexicano pretenden dejar como su sucesor en la rectoría de la 
UNAM a alguien con sus mismas características. La bajeza de la política 
nacional al designar al actual rector sólo es comparable con la pobreza 
moral de la comunidad universitaria, que parece estar a punto de volver a
 permitir la imposición de un rector de Los Pinos.
Pero la situación del Servicio Exterior 
Mexicano (SEM) no es mejor que la de la UNAM. La diplomacia mexicana, 
que incluso tuvo entre sus filas a dos premios nobel y que daba tanto 
prestigio a nuestra política exterior, hoy cuenta con cónsules con una 
pésima reputación para el ejercicio público. 
Es de todos sabida la 
reciente designación de Fidel Herrera Beltrán como cónsul de México en 
Barcelona, quien tiene serias acusaciones de vínculos con el 
narcotráfico y cohecho en el manejo de las finanzas del gobierno de 
Veracruz; de Juan Sabines Guerrrero como cónsul en Orlando, Florida, con
 múltiples señalamientos de desvío de recursos durante su paso como 
gobernador en Chiapas; de Marisela Morales como cónsul en Milán, con un 
nutrido expediente de violaciones a los derechos humanos y fabricación 
de culpables durante su paso por la Procuraduría General de la República
 (PGR). 
A esto el Senado ha hecho oídos sordos y sólo algunos senadores 
han emitido débiles opiniones aisladas. Me pregunto qué opinan de esto 
los verdaderos diplomáticos del SEM, esos con amor al país y con una 
reputación intachable. ¿No les da vergüenza ser parte de este equipo? 
¿No tienen la dignidad como para renunciar en señal de protesta o para 
al menos pronunciarse públicamente condenando estos hechos?
Y qué decir del Fondo de Cultura 
Económica (FCE), editorial gubernamental mexicana con fuerte presencia 
en toda América Latina, orgullo de las ciencias económicas mexicanas, 
fundada por el gran economista mexicano Daniel Cosío Villegas y que 
tiene entre sus ex-colaboradores a economistas y escritores en general 
de primera talla de la lengua castellana. Hoy, tristemente, el FCE está 
dirigido por un abogado llamado José Carreño, ex-vocero de la 
presidencia de la república de Carlos Salinas de Gortari. Quizás por eso
 hoy el FCE más bien parece una oficina más de propaganda de Peña.
Esto se repite en la casi totalidad de 
nuestras instituciones públicas. Por razones de espacio en este medio me
 es imposible describir el malfuncionamiento actual de casi todas las 
instituciones públicas en México. 
Estas instituciones, que se fundaron 
con tanto esfuerzo, con tanta lucha y con tanta dedicación intelectual, 
hoy están en una decadencia producto del abuso de poder pero también de 
la pasividad de quienes laboran dentro de ellas (pues ellos debieran ser
 la primera línea de resistencia); también están en decadencia por el 
beneplácito implícito de los círculos intelectuales que hasta hoy siguen
 sin atreverse a alzar suficientemente la voz en contra. Este es, sin 
duda, el ocaso de las instituciones públicas mexicanas. Habrá que leer y
 escuchar a Wagner para entender y tomar la inspiración para que una 
generación decidida y articulada arrebate a personajes tan siniestros la
 dirección del destino de un pueblo.
“Der bleiche Held, nicht bläst er es mehr;
nicht stürmt er zur Jagd, zum Streite nicht mehr,
noch wirbt er um wonnige Frauen.”Götterdämerung, Richard Wagner
 
 
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