13 de noviembre de 2014

EL FIN DE UNA SOCIEDAD MISERABLE

Ser pobre y ser miserable son dos cosas muy distintas. Ser pobre es carecer de los recursos para satisfacer las necesidades humanas básicas (alimentación, vivienda digna, salud y educación, principalmente). Ser miserable, en cambio, es estar dispuesto a rebajar la dignidad propia a cambio de unos centavos. Existen miserables pobres y ricos, miserables ignorantes y doctos, miserables de primer y tercer mundo, miserables rubios y morenos.

Existen, a su vez, épocas de las sociedades en que la miseria se generaliza más marcadamente. Hoy México vive una época de extrema miseria; miseria -más no pobreza- que nos coloca como sociedad al nivel de sociedades sin estructuras civilizatorias sólidas como las que se encuentran en ciertas regiones del Congo y otras partes del África Subsahariana.

Aún existen, afortunadamente, enclaves de civilización en México en las universidades, en organizaciones de la sociedad civil, en ciertos círculos religiosos, etc., que hoy están actuando más colaborativamente. Esos enclaves son la última oportunidad de revertir el actual proceso de salvajismo al que -en mi quizás relativa apreciación- desde hace 15 años retrocede esta sociedad. De la capacidad de unificación de esas burbujas de civilización depende la redirección de esta sociedad.

De nosotros depende re-civilizar a las mayorías. Esa tarea tiene todas las características de una misión, como las de la ONU (que a su vez se inspiran en las antiguas misiones católicas, basadas en el convencimiento, el llamado a la razón, al entendimiento y la conexión espiritual). De nosotros depende propagar prácticas civilizadas en nuestra sociedad; hacerle entender al que cambia su voto por una prebenda (100 pesos, despensa, láminas, etc.) que está cometiendo un acto miserable; igual que al policía que extorsiona, al que responde con violencia, etc. Hagamos que hoy termine la permisividad a la miseria.

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